Esta historia está contada de una forma extraña y tiene su razón de ser.
Hace unos cuantos años atrás, cuando vivía en Galicia, me tocó viajar a Vilagarcía de Arousa, una ciudad pegada a una de las tantas rías gallegas, la Ría de Arousa. Existen muchas historias sobre este lugar sobre contrabandistas, narcotraficantes y demás. Desde nuestro lugar de científicos, Irene y yo nada sabíamos de eso. Nada nos hacía sospechar que estaríamos envueltos, aunque tangencialmente, en una historia como la que vivimos.
Estábamos en uno de los bares más conocidos del lugar, allí nos habíamos ido a tomar unos tragos y habíamos elegido un lugar en una pequeña terraza, dentro del mismo local. Muy entretenidos en nuestra charla y sonó un petardazo. Acostumbrados al ruiderío gallego, pensamos que se trataba de alguna fiesta o algo así. Cuando sonó el segundo ya no nos pareció un petardo y escuchamos cómo la gente corría. Nos levantamos y miramos hacia abajo. En el medio del salón había un hombre sentado con la cabeza inclinada, quieto… y a su lado, un charco de sangre que crecía…
Reaccionamos y cada uno hizo lo que podía en esa circunstancia. Yo bajé corriendo para ver qué podía hacer, me acerqué y observé muy de cerca el cuerpo… en la mejilla derecha tenía un pequeño agujerito, en la mejilla izquierda un agujero enorme del cual manaba sangre, con el ritmo del corazón. Sin pensarlo, metí dos dedos en ese lugar, para parar la hemorragia…
Después que pasó todo, nos fuimos a otro bar, pero durante los días que siguieron ambos estábamos muy mal, cualquier ruido nos alteraba y asustaba. Pensé que de alguna forma esta sensación debía terminar y se nos ocurrió contar la historia grabándola en un cassette. Así lo hicimos y lo que sigue a continuación es simplemente la transcipción literal de eso que grabamos.
Capítulo 1 – Los disparos
Teñido de rojo, sentí como crujían los huesos cuando intenté tapar el agujero por donde manaba la sangre. El balazo había entrado por la otra mejilla, cruzando el maxilar y rompiendo las uniones del otro lado de la cara.
Dos tiros (pum pum). El hombre entró en el bar, sacó su escopeta y disparó dos veces, un loco?, un fanático? (quién se atreve a romper así mi propia historia). La gente corre, el pánico se apodera de todos, nadie entiende nada, es que seguirá disparando?, aparecerá por otro rincón?. Escucho comentarios, un simple juego. Uno dice que lo vio como una broma entre amigos, incluso después del primer disparo todos creían que era una broma. Pero el charco que se ampliaba no era una broma. Antes de que reaccionara, un segundo disparo levantó en pleno al gallinero. Esta vez no era un fragmento de una película de Coppola, en un rincón lejano del Bronks, sino aquí, en un pueblo, y nosotros presenciando como espectadores directos, reales, sin celuloide de por medio.
Llegué al bar, sin poder dejar de pensar en el dinero que me debían, desde chiquito me habían dicho que un deudor es el peor enemigo, sobre todo cuando siempre se es acreedor, sin embargo, esos días en la cárcel me habían hecho reflexionar sobre todo esto y no sabía que hacer. Estaba lo suficientemente metido como para que cualquier duda sobre el asunto fuera disipada por los compromisos. Me gustaba ese bar porque representaba el pasado. Los pájaros que cuidaban el lugar, esos cuatro pájaros gigantes, me daban la seguridad de estar en los lindes de mi territorio. Me senté con unos amigos, frente a la puerta, para controlar a los que entraban y salían. Era una costumbre adquirida desde pequeño, pero ella… me tenía totalmente hechizado. Era el principal motivo por el que quería salir de todo eso, su cara me parecía como una fuente inagotable de belleza, y fue en ese momento en que sentí sobre mi sien, el metal frío y comprendí todo de un solo golpe, mi dependencia, mi miedo, mis víctimas y mi verdugo. Hoy me tocaba a mí, eché para atrás la cabeza en un intento de salvar lo inevitable y un fuego entró por mi cuerpo.